Con altas y bajas, frustraciones contantes, dudas sobre lo aprendido, pilas de apuntes, libros por leer, exámenes, realizar trabajos y entregarlos a tiempo, noches de desvelo preparando finales… Días en los que no hay energía, y sin embargo siempre está la voluntad para ir a cursar. Un proceso difícil, pero que vale la pena atravesar.
Como dicen “así es la vida del estudiante”, creo que la mayoría pasamos por la misma. Todo es cuestión de constancia. Algunos estudian en su ciudad de origen, otros vienen de otro sitio. Viajando todos los días, ida y vuelta para asistir a clases y otros se mudan de su lugar; otro proceso difícil, adaptarse a estar lejos de casa, vivir solo, depender de uno mismo para casi todo y siempre esperando uno que otro fin de semana largo y volver, para desconectar un poco de lo que conlleva esta vida del estudiante.
Los exámenes son duelos de conocimiento. A veces ganamos el duelo en la primera instancia y otras vamos por la revancha hasta salir victoriosos, rendirse no es una opción. Los profesores, sabios guías, iluminan el camino con su experiencia, instilando el respeto por el aprendizaje. El cual quedará en nosotros para toda la vida, como así también una huella de cada profesor a través del mismo.
En este proceso descubrimos la importancia de la disciplina y la gestión del tiempo. Pero no todo es estudio; También hay momentos de camaradería y risas. En el aula, se forjaban amistades que duraran toda la vida. Los recreos, son pequeñas pausas para recargar energías y compartir anécdotas.
Así, con cada capítulo de esta travesía estudiantil, crecemos no solo en conocimientos, sino también en habilidades para enfrentar los desafíos que la vida nos deparará. Ser estudiante es un viaje lleno de descubrimientos, amistades y valiosas lecciones.
